Con todo lujo de detalles y unas fotos estupendas.
Clickar en la foto para ver la descripción completa del recorrido.
‘Peace Pilgrim’ (Peregrina de la Paz) derrochó media vida con los pies sobre la arena y el asfalto americano con sus ropas como únicas posesiones y con su mensaje como única moneda de cambio para posada y alimento. Nómada sin rumbo, se paseó primero por aldeas, escuelas, iglesias, y más tarde por universidades y las más importantes cadenas de radio y televisión del país para dejar la marca de sus zapatos y la huella de una prédica de seguro éxito para la convulsa sociedad americana para entonces sumergida en los conflictos de Vietnam y Corea. Fue una heroína teórica del movimiento hippie de los agitados años 60.
Os dejo aquí un relato de Luis A. Page Zabala, escribiendo para www.parquesnaturales.com
Habla por sí mismo, no es muy técnico, pero deja lugar a la imaginación...
Vértice del imponente y desgarrador macizo de la Maladeta o Montes Malditos, de cuya negra y larga arista despunta levemente como un ápice el Aneto, su glaciar y sus famosos 3.404 metros conforman el techo del Pirineo, ocupando un lugar preferente en el pensamiento de todo montañero.
Ubicado en pleno corazón de la cadena, culmina la elevación paulatina de los tres miles Aragoneses hacia el este, despidiéndose con él contundentemente al pasar a Cataluña.
El macizo de la Maladeta (deformación lingüística de "la más alta") está enclavado en el antiguo condado medieval de la Ribagorza, que se definía por los valles altos del río Esera y la margen derecha del Noguera Ribagorzana. Estos Valles, hasta hace poco de durísimo y largo acceso, permanecieron anclados en su historia de virtudes y miserias hasta hace apenas un siglo, en que cuajaron las inquietudes por estas montañas. Inquietudes de aquellos románticos venidos de la "evolucionada" Francia, 50 años antes, a conquistar sus cumbres y su silencio.
Con el coche nos dirigimos hacia el valle de Benasque (Vall de Benás) remontando el río Esera, serpenteando con él a la altura de Graus. Dejamos los 2.500 metros del Turbón (centinela prepirenaico) a la derecha y poco más adelante sorteamos la curiosa Cotiella (de 2.900 metros) por el angustioso desfiladero del Ventanillo, para salir al aire en Castejón de Sos. Sobrecogidos por las colosales dimensiones del paisaje pirenaico, llegamos a Benasque y de aquí a la zona conocida como Llanos del Hospital.
Tras un reparador "cafelito con moje" y dado que queda tarde por delante y tenemos plaza en el refugio de la Renclusa, nos acercamos a ver el glaciar. Para ello remontamos el final del valle bajo la totémica mole del pico Salvaguarda. Entre el roquedo poblado de pino negro se empina el sendero que nos llega al "Forau del Aiguallut", formidable agujero donde tras una espectacular cascada, las aguas de los glaciares del macizo se sumergen en la tierra; ya subterráneas abandonan su cauce natural Mediterráneo para salir a la Artiga de Lin (Uelhs de Joéu), en el Val D´arán, y huir con el Garona a Francia y el Atlántico.
Remontamos la cascada y alcanzamos el idílico Pla del Aiguallut y sus serenos meandros entre praderas. En sus costados, las terribles huellas de los hielos sobre las rocas, aquí calizas. Poco más arriba, la inmensa luz del glaciar colgado, el más extenso (3 Km2) de los menguantes glaciares pirenaicos.
Volvemos brevemente sobre nuestros pasos y conservando la curva de nivel, entre hoyos y pinos, alcanzamos el sendero del refugio; éste zigzaguea por el severo desnivel del barranco de la Renclusa hasta llegar a él guiados por un hito gigante.
Afortunadamente remodelado sigue en su viejo, gélido y pétreo rincón, junto a la capilla/cueva de la Virgen de las Nieves (en la que dio misa hasta no hace mucho el padre Oliveras, uno de los pioneros con la célebre vía de los Descalzos).
Aún en penumbra, como corresponde y huyendo de romerías, afrontamos la implacable ascensión al Portillón inferior. Algunos hitos tratan de definir un sendero, pero se pierden en el caos pedregoso por la derecha de la cubeta del glaciar de la Maladeta; nuestra referencia es la machacada cresta de los Portillones. Las luces del día y la cresta nos ayudan a llegar al portillón superior, ya a 2.900 metros, desde donde se ve clara la tarea que nos queda. Divisamos la cumbre sobre el cuarteado glaciar, al final de la oscura y granítica cresta que parece emerger a trazos rompiendo los hielos.
Del Portillón descendemos (dejando a la derecha la Maladeta y su glaciar) por una desbrozada canal que nos baja a las canchaleras que dejaron las mazas heladas en retroceso. Junto a unos cuantos neveros grises que apenas se distinguen nos calzamos los crampones, afrontando la travesía larga y cómoda del glaciar, extremando la atención ante posibles grietas escondidas.
Tras la caminata helada en diagonal llegamos al collado Coronas, donde recuperamos el resuello antes de atacar el último repechón con el ánimo y ponderación que marcan los 3.000 metros de altura.
Superamos las sólidas palas y llegamos a la parte cimera, a los abismos del "Paso de Mahoma". Un inciso en homenaje a Patón de Tchiatcheff (ruso y militar) y Albert de Franqueville (francés y botánico), quienes a mediados del siglo XIX hoyaron la cumbre por primera vez. El ruso bautizó así el paso, derivado del gusto por la literatura musulmana de la época romántica: en un pasaje del Corán, para alcanzar el cielo, se ha de pasar por un puente "mas fino que un cabello suelto, mas agudo que el filo de una espada".
Desde luego muchos tiran de cuerda para superar la afilada arista de bloques graníticos, y los que no, nos concentramos sesudamente en la faena, abstraídos del "talegazo" de ambos lados. Una vez superados los más o menos 40 metros del paso, alcanzamos la cima y el "mazacote" metálico de su mastodóntica cruz. Espectacular aún a pesar de la excesiva compañía.
A poniente contemplamos El Posets (lugarteniente del Aneto y segundo en altura). Frente al mayor manojo de tres miles del Perdiguero, queda entre ambos la vaga silueta del Vignemale ocultando la marcha del Pirineo al Golfo de Vizcaya. Al Levante los Besiberris, puerta del país de los Lagos y uno de los lugares más hermosos del Pirineo (el antiguo condado de Pallars de inigualables muestras de románico), donde está el Parque Nacional de Aigües Tortes. Nuestra inmensa arista parece tocar ambos extremos.
Después de superar de nuevo el afilado Paso de Mahoma descendemos tras nuestros pasos. Caminando por el glaciar tratamos de imaginarnos los dos tercios de hielos perdidos el siglo pasado.
Casi a mitad del descenso aparece una profunda vaguada, a la derecha de la cual hay un gran lomo: es la vieja morrena del glaciar. Bajo su cara norte enseguida se llega al fondo del Barranco de Barrancs, aguas abajo de su lago. De aquí, torciendo botas y gastando frenos, caemos al refugio de la Renclusa, donde una cervecita rejuvenecedora nos espera.